Los escorpiones son un orden de arácnidos de aspecto característico y ampliamente distribuidos por la mayor parte del planeta, aunque con marcada preferencia por las regiones tropicales y templadas.
Los escorpiones son artrópodos habitualmente de buen tamaño (varían entre los 8,5 mm a los 23 cm) que presentan el cuerpo dividido en dos partes, prosoma y opistosoma, estando este último compuesto por el mesosoma y metasoma. El color suele ser de amarillo o pardo hasta negro, salvo excepciones, como algunas especies cavernícolas y humícolas totalmente despigmentadas. El prosoma presenta dorsalmente el carapacho, caparazón o escudo prosómico, una pieza bien quitinizada en la que se fusionan los terguitos. Existen seis pares de apéndices: quelíceros, pedipalpos y cuatro pares de patas locomotoras. Los quelíceros, de tamaño habitualmente modesto, están formados por tres artejos, terminados en una pinza que tiene la función de sujetar y desgarrar a las presas. Los pedipalpos son una de las características más destacables del animal por su gran tamaño y tienen una doble función, tanto prensil como sensorial. El opistosoma está compuesto por un mesosoma y un metasoma. El primero presenta en su primer segmento la abertura genital, que está cubierta por un opérculo genital formado por dos placas situadas entre el esternón y la placa basal pectinal, de la que parten los peines. El metasoma o cola es otro de los rasgos característicos de los escorpiones. Está compuesto por cinco segmentos prismáticos a cilíndricos y termina en el telson, que contiene una glándula venenosa y el aguijón inoculador.
Los fósiles más antiguos conocidos se remontan al Silúrico (en torno a 440 millones de años), de tal modo que son conocidos como fósiles vivientes. Su aspecto es básicamente el mismo, resultando su morfología extraordinariamente estable (aunque no así su tamaño: algunas especies fósiles alcanzaron el tamaño de un metro). |