Querido Fermín:

    Como puedes ver he tenido que optar por escribirte a través del Boletín, en una suerte de carta pública. Discúlpame, pero es que llevas varias semanas sin contestar mis mensajes de correo elec­trónico y sin ponerte al teléfono. Tus colegas del Museo insisten en que no puedes ponerte. Y eso es algo que me extraña porque siempre has estado ahí, aten­to, dispuesto, certero y franco.­­­­ La verdad es que echo de menos nues­tras conversaciones y nuestras pequeñas trifulcas. Mucho más de lo que jamás hubiera imaginado. ¿Quién me lo iba a decir? En fin, el caso es que desde hace unos meses, quizás desde julio pasado, noto que me falta algo. Eso de vaciar el buzón y no encontrar ningún mensaje de «Fermín» me parece casi antinatural después del continuo intercambio de cháchara entomológica de los últimos dos o tres años. No tener noticias tuyas en torno a los trabajos de PrIBES o que no atiendas la enésima solicitud para que prepares una reseña, un prólogo o un artículo... se me hace raro, como cuando uno descubre, en mitad de un sueño, que está soñando, justo antes de abrir los ojos e inundarse de oscuridad.

    Sí, tal vez sea cierto que no puedas ponerte al teléfono y que mi mente me esté protegiendo, ocultando una realidad que pueda ser demasiado inquietante o terrible. Hay cosas que no pueden aceptarse y cualquier estratagema es lícita para vencerlas. Estuve en Madrid, en julio pasado, y no te ví. Andaba febril, con una infección y muy medicado. Tal vez por ello no soy capaz ahora de recordar las circunstancias con claridad, pero sí me vienen a la memoria charlas y saludos apagados con muchos de nuestros colegas y amigos, vagos recuerdos de ojos acuosos, una angustia seca en la garganta y mucha tristeza. ¿Dónde estabas, Fermín?.

    ¿Y si fuera cierto que ya no puedes ponerte al teléfono? No sé. Creo que no sabría aceptar que he perdido al mismo tiempo un amigo y una referencia. La amistad es algo demasiado íntimo y personal como para hablar aquí de ella; ni tú ni yo hemos sido, al menos entre nosotros, muy efusivos o muy explícitos. Somos eso que llaman ‘caracteres fuertes’ y nos bastaba con disfrutar de nuestras complicidades. ¿Recuerdas? Nuestro primer contacto no pudo ser más ‘tormentoso’. Fue aquí, en las páginas de este Boletín, cuando lo sacábamos casi en la ilegalidad. Nos cruzamos algunas andanadas -me temo que la ironía es un arma que manejamos bastante bien, ¿verdad?- en torno a no recuerdo ya qué asuntos. Debatimos bien, limpiamente, como ‘caballeros’ (es decir, dándonos ‘mamporros’ en las ideas, pero sin tocarnos ni un pelo). Para mí, no me importa confesarlo, fue todo un honor que tú te molestaras en entrar al trapo de algunos comentarios publicados por un perfecto desconocido en una oscura revista. En aquel momento, cuando recibí tu carta con la solicitud de publicación de la respuesta, lo que era un sincero respeto e interés por tus trabajos, pasó a ser algo más. Me di cuenta de que eras ciertamente todo un personaje. Alguien con cualidades muy especiales, dignas de admiración. Ya sabes ahora por qué, cuando andamos de broma, digo que más que ‘tipo’ eres un auténtico ‘holotipo’. Un ejemplar único. Así que de todo aquello, sólo estoy auténticamente satisfecho con una frase en la que te califiqué como ‘una de las mentes más preclaras de nuestra entomología’. Lo escribí como lo sentía, sin cumplidos ni hipocresías (la situación no ofrecía dudas). Como ves, Fermín, mis puntos de vista no estaban tan equivocados.

    Por aquel entonces conocía tus trabajos sobre escarabeidos, pero realmente éstos quedaban fuera de mi limitado campo de interés científico. Sin embargo, conocía también tus trabajos en torno a la biodiversidad, la sistemática y la conservación. Para mí era un auténtico deleite acceder a esos trabajos que consiguen elevarse del suelo para volar en el olimpo de las ideas. ¡Qué escasos son los entomólogos españoles capaces de moverse en esas coordenadas! Pero si ello era importante, todavía me resultaba más asombroso la dualidad de perspectivas que eras capaz de manejar al mismo tiempo. Si un gusano pudiera volar moriría de hambre. Está acostumbrado a escudriñar el detalle, el suelo y los cielos son una simple alucinación. Al águila le iría igual de mal en el suelo, tan lejos de los espacios abiertos y del horizonte. Tú, sin embargo, tienes una capacidad intelectual camaleónica, capaz de adaptarse a ambos enfoques con una facilidad que para mí resulta casi insultante, por inalcanzable. Sí, porque encima, lo haces sorprendentemente bien en ambos casos, tanto abordando problemas de ciencia básica como manejando complejos conceptos teóricos. Sé que ello no es fruto del azar, sino de la capacidad, de la preparación y de un trabajo meticuloso que siempre me ha sorprendido y que siempre te he envidiado.

    En fin, pasado un cierto tiempo tras nuestros intensos contactos iniciales, te escribí para pedirte ayuda. Necesitaba un revisor para un articulo divulgativo sobre cladística. No tenía muy claro si me responderías (entonces no te conocía como ahora). Revisar un artículo divulgativo sobre semejante tema no es necesariamente algo deseable. Pero no hubo espacio para la duda: ‘por supuesto; mándamelo’. A partir de ahí, pasaste a ser casi una constante en el Boletín de la SEA, publicando varios artículos (especialmente en los monográficos), asesorando, opinando, evaluando y... criticando honestamente, algo que siempre te he agradecido. Tal vez algún colega se moleste, pero no puedo evitar dejar aquí constancia del cariño que has mostrado por esta revista. Recuerdo un comentario tuyo no muy lejano, en tono serio: ‘Antonio, no dudes que el Boletín es la revista entomológica de mayor impacto en España...’ , para añadir: ‘es la única que la gente lee en el metro’ -y echarte a reír.

    Te conocí personalmente en Madrid, en octubre de 1997. Organizabas las I Jornadas Iberoamericanas sobre Diversidad Biológica y yo asistí aprovechando la excusa y con la oculta intención de conocerte. Intercambiamos saludos y más de una mirada en las sesiones, pero lo mejor vino después, comiendo juntos y más tarde, tomando unas cañas y charlando como cotorras a las que han dado cuerda. Tanto apuramos que tuve que llegar al andén corriendo como un loco por todo Chamartín para no perder el tren.

    Me quedé muy impresionado. Era, en muchos aspectos, como haber encontrado una suerte de alma gemela que además sí sabía lo que decía, sí era capaz de formular propuestas con sentido y sí era capaz de llevarlas a la práctica. Así que en realidad, más que ‘alma gemela’ encontré una auténtica referencia, un modelo de compromiso personal y de capacidad científica.

    No es extraño que siempre me haya sentido muy pequeño a tu lado. Y hasta un poco cohibido, como el alumno ante el profesor. Esto es algo que suele estar muy lejos de mi forma de ser, poco o nada impresionable ante el título, el tópico y la categoría formal.

    Después de aquellas Jornadas los contactos se incrementaron. Yo estaba encantado. Recuerdo una anécdota que sirve para ilustrar (como si hiciera falta) la naturaleza de tu espíritu científico. Escribí un artículo sobre mis ideas personales en torno a la idea de biodiversidad y te lo envié con el ruego de que lo vapulearas. Aquello dio origen a varias cartas y algunas conversaciones telefónicas (era 1997 y el correo electrónico todavía estaba fuera de nuestra dinámica). Entre tus comentarios al borrador había uno relativo a la rapidez de la ‘extinción actual en marcha’ en comparación con las previas y a la posibilidad de que esa característica suponga un punto y aparte biológico muy diferente del producido en ocasiones anteriores durante el Fanerozoico. En la coletilla final te lamentabas de la situación, pero escribiste (reconociendo que se trataba de una muestra de ‘humor negro’): ‘...si por desgracia va a haber un colapso biológico total, yo quiero verlo; sería un raro y cínico privilegio, pero privilegio al fin y al cabo. Ya que no lo vimos empezar, que lo veamos terminar’. Eso es, para mí, el auténtico espíritu científico y no los títulos o los cargos.

    Te comparé entonces, en los agradecimientos de ese artículo, con el mismísimo Plinio, quien según cuenta la leyenda, cuando el Vesubio entró en erupción, lejos de huir, mandó su navío hacía la zona al objeto de estudiar ‘tan interesante fenómeno natural’, lo que terminó costándole la vida. Es posible -escribí- que haya quien opine que la decisión de Plinio fue un ejemplo de poca sensatez; por el contrario, yo creo que es todo un símbolo, un modelo, de lo que debe ser el auténtico pensamiento y la acción científica. Feliz de aquel que, pasado el tiempo, puede ratificar sus afirmaciones. Y yo puedo hacerlo, porque te tenía bien ‘calado’.

    Durante los últimos años, el correo electrónico nos ha permitido intensificar las relaciones y contactos. ¡Cuántos mensajes cruzados! ¡Centenares! Muchos de ellos intranscendentes, banales... ¡pero otros! Páginas y páginas de ideas, explicaciones, divagaciones, elucubraciones, discusiones sobre multitud de asuntos, proyectos... No, no puedo evitar sentirme como un auténtico privilegiado.

    Luego llegó el IX Congreso Ibérico de Entomología y todo el proyecto PrIBES y elevamos el listón. Ahora ya no puede hablarse de ‘contactos’ porque estos implican tiempos en los que no hay conexión. Yo creo que no tenía un asunto en el que no estuvieras involucrado directamente. ¿Recuerdas? Planificamos un volumen sobre Biogeografía, buscando enfoques novedosos, citando autores potenciales; hablamos de posibles Atlas entomológicos; de macro bases de datos; de Iberoamérica, de muestreos, de colecciones, de recursos.... He comido arroz con leche en tu casa, con tus hijos y Raquel, a quien no me atrevo a llamar por miedo a que me confirme lo que me resisto a creer; me has hablado desde Las Hurdes, en plenas vacaciones, sobre los riesgos de ponerle precio a la biodiversidad o me has dictado un párrafo de última hora para mejorar un texto inmejorable. Hemos conversado con Gonzalo Halffter en tu salón, o me has enseñado en tu despacho del Museo (¿cuando reuniré el valor suficiente para volver a visitarlo?) las fotografías de roedores gigantes de Brasil. Hemos tenido siempre tiempo para divagar en torno a proyectos, a posibilidades, a ‘cosas’ que podrían hacerse y que ‘deberíamos hacer’. No sabes qué acicate, qué aliento ha sido poder contar con tu apoyo, especialmente en nuestra dura prehis­toria.

    No, no soy capaz de entender la Entomología ibérica sin Fermín. Necesito un modelo, una Referencia, con mayúscula, y la mía es él. Y hoy, casi inconscientemente, sigo pensando en ‘¿qué dirá Fermín?’ cuando sale algo nuevo...

    Como tú, en el último trabajo que firmaste, en la mismísima última línea que escribiste de la presentación de Biogeografía de América Latina y el Caribe, de Juan J. Morrone, el 18 de junio del 2001: ‘...gra­cias Juanjo por tu trabajo, es justo lo que necesito para mi aventura latinoamericana... seguiremos discutiendo...’, yo también necesito ‘seguir discutiendo’, Fermín. Te necesito ahí, amigo.

 

Antonio Melic
Boletín de la SEA
amelic@retemail.es 

 

 

Página creada en octubre de 2001
Última actualización: domingo, 21 de octubre de 2001


 

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