VIII JORNADAS DEL GRUPO IBÉRICO DE ARACNOLOGÍA

Mitos, ritos y delitos en la conservación de artrópodos

Antonio Melic

Presidente Sociedad Entomológica Aragonesa

     A diferencia de la física, o las matemáticas, la biología es una disciplina considerablemente imprecisa en sus conclusiones. La vida es mucho más difícil de precisar que el comportamiento de los átomos o de ciertas variables. Es sin duda mucho más compleja. En este escenario, la conservación de los seres vivientes en una situación de crisis, como la actual, plantea problemas prácticamente irresolubles. Tanto que quizás deberíamos asumir que carecen de solución científica. Realmente no sabemos cómo proteger a la mayor parte de los organismos y muy especialmente a los que constituyen la mayor fracción de la diversidad planetaria, los insectos y arácnidos. Ello es una consecuencia directa e inevitable del profundo desconocimiento que tenemos sobre este formidable grupo de organismos.

     Ahora que se cumplen los 20 años del feliz hallazgo del término Biodiversidad, concepto tan vinculado al de su propia crisis, también parece oportuno recoger algunas ideas sobre el tópico e intentar comprender tanto las razones de su éxito social y popularidad como su impacto real en áreas como la conservación de organismos y ecosistemas. En ambos casos, al menos en nuestro ámbito geopolítico, no hay motivos para la alegría. Al contrario, una suerte de circo mediático está absorbiendo las 'buenas intenciones' propias de una población preocupada y cada día más sensibilizada, pero ingenua y manipulable, sin ofrecer otros resultados que algunas salvas propagandísticas (y, de paso, una buena colección de itinerarios turísticos). Nada que realmente pueda considerarse eficaz, o simplemente oportuno, en materia de conservación biológica.

     A las dificultades mencionadas (falta de información y manipulación de la disponible) se suma otro gran problema: ni siquiera estamos cerca de estar en el peor de los casos posibles; es decir, el problema de la conservación de la diversidad tiende a agravarse con el tiempo y no parece que la tecnología (ni la divinidad) pueda resolver a corto plazo cuestiones como la previsible evolución de la demografía planetaria, el efecto de las economías emergentes y el incremento del consumo medio por persona sobre los recursos limitados disponibles, las posibles consecuencias del cambio climático y hasta cuestiones tan modestas pero tan peligrosas como las especies exóticas invasoras y su efecto sobre la fauna autóctona.

     En este tétrico escenario ¿qué hemos de hacer los biólogos en general y especialmente los que nos dedicamos a estudiar al grupo más diverso del planeta, los artrópodos? ¿Merece la pena dedicar nuestro esfuerzo y trabajo a una tarea que parece, en cierta forma, condenada al fracaso?

     La respuesta, en mi opinión, es que sí, sin duda, aunque sea también preciso aceptar y poner en práctica algunas ideas más o menos heterodoxas, romper algunos tópicos y entrar en el nuevo milenio con una mentalidad mucho más provocadora, belicosa y competitiva.