( 1 ) Toda especie exótica debería de ser considerada potencialmente invasora hasta que no se demuestre que su presencia no constituye un peligro. Independientemente de las razones, intencionadas o accidentales, que subyacen a la introducción de especies, sus efectos son generalmente imprevisibles y, aunque no siempre se convierten en especies invasoras, se debería adoptar el principio de precaución. La prevención es la mejor defensa. Pese a los fuertes costes que un sistema de prevención requiere, la inversión compensa ampliamente las pérdidas potenciales.
( 2 ) La gestión de las EI no es un objetivo de conservación en sí mismo, sino un instrumento necesario para alcanzar la conservación de la biodiversidad y el bienestar social. Erradicación, supresión, control y adaptación son las opciones de gestión que quedan una vez que una EI se ha asentado. El factor tiempo y un análisis riguroso de costes-beneficios son determinantes en la elección de la estrategia a adoptar.
( 3 ) Si la prevención es sin duda el método más eficaz para evitar nuevas introducciones, la investigación lo es para establecer medidas idóneas para las especies ya asentadas. Es necesario establecer la colaboración entre científicos e instituciones que permita optimizar el esfuerzo invertido en la investigación.
( 4 ) Es necesario un compromiso tangible por parte de las autoridades competentes. Debido a la magnitud del problema y de sus consecuencias es responsabilidad del sector científico concienciar e implicar a todas aquellas entidades publicas y privadas (ONGs, empresas, asociaciones comerciales, etc.) que por sus actividades puedan estar relacionadas con esta situación, así como a los ciudadanos, muchas veces protagonistas involuntarios o pasivos de nuevas introducciones.
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